"La arqueología nos ayuda a saber quiénes somos"

Patrimonio histórico

David Javaloyas, profesor de Prehistoria en la UIB y responsable del Programa de Públicos, impulsa proyectos que acercan la arqueología a la

Licenciado en Historia por la Universidad de Barcelona y especialista en Arqueología y Prehistoria, David Javaloyas lleva dos décadas combinando investigación, gestión y divulgación del patrimonio. Desde el Parque Arqueológico del Puig de sa Morisca, defiende un modelo que une ciencia, experiencia y territorio: talleres, reconstrucciones y un futuro museo concebido con apoyo del Impuesto de Turismo Sostenible para custodiar y compartir colecciones largamente almacenadas.

¿Cómo ha sido su trayectoria hasta centrarse en el patrimonio arqueológico?

Empecé estudiando Historia con distintas inquietudes, pero el punto de inflexión llegó cuando hice prácticas en Arqueología y Prehistoria: ahí descubrí que la arqueología me “enganchaba” de verdad. Desde entonces —han pasado unos 20 años— he trabajado en las tres patas que creo imprescindibles: investigación, gestión (protección y valorización de yacimientos) y divulgación, es decir, cómo transformamos el conocimiento académico en experiencias significativas para la gente. La clave es no quedarnos en comunicar “resultados científicos” sin filtro, sino traducirlos en propuestas que interesen y emocionen al público.

¿Qué le atrae especialmente del patrimonio arqueológico?

La arqueología nos da profundidad temporal. Vivimos en un presente acelerado, a veces ensimismado, y mirar atrás nos ayuda a entender quiénes somos hoy. Las formas de ver el mundo no han sido siempre iguales ni únicas: cambian con las sociedades y con el tiempo. En un contexto multicultural como el de las Baleares actuales, ese aprendizaje es valioso porque muestra que existen muchas maneras válidas de habitar y pensar el territorio. Para mí, es una forma positiva de leer la diversidad: comprender que “lo distinto” no es mejor ni peor, es distinto, y que ese contraste enriquece.

¿Qué valor histórico y cultural tiene la arqueología en Baleares?

Los datos hablan solos: en Mallorca —una isla de unos 3.000 km²— contamos con alrededor de 3.500 yacimientos arqueológicos; es decir, prácticamente uno por kilómetro cuadrado. A esa densidad se suma la singularidad: culturas como la talayótica y la pretalayótica son propias de las islas, con una arquitectura ciclópea que las hace monumentales y únicas en el mundo. Sin embargo, ese potencial sigue infraexplicado tanto a la población local como a quien nos visita: el sol y playa funciona, pero apenas hemos arañado la superficie del valor que aportan estos paisajes culturales, ideales además para desestacionalizar y ofrecer experiencias respetuosas con el entorno.

¿Cómo preservar y, a la vez, hacer disfrutables los yacimientos?

Son bienes frágiles. La gestión debe pensar el impacto de las visitas y el tipo de experiencia que proponemos. Hay que superar el “paradigma de las ruinas” (dejarlo tal cual y poco más) y atender necesidades básicas —sombra, vegetación, recorridos claros— que permitan permanecer en el lugar sin degradarlo. Y, sobre todo, pasar de la explicación pasiva a metodologías dinámicas: reconstrucciones, actividades de experimentación y narrativas inmersivas que ayuden a imaginar cómo se vivía. En nuestro caso hablamos de una “máquina del tiempo”: levantamos estructuras didácticas y proponemos talleres (por ejemplo, fabricar un hacha de bronce como hace 3.000 años) para que el público toque, manipule y aprenda de manera experiencial, emotiva y divertida.

¿Qué es y qué cuenta este parque arqueológico?

El Parque Arqueológico del Puig de Sa Morisca nace a finales de los 90 con la voluntad de investigar un gran poblado protohistórico (aprox. 1.000–300 a. C.) y explicar su relación con el mundo púnico mediante un puerto natural en la Caleta de Santa Ponça, puerta de entrada de materiales e ideas —como el vino— a Mallorca. El parque suma capas históricas: huellas medievales ligadas al desembarco de Jaume I y, ya en época contemporánea, testimonios de la vida rural tradicional. Todo ello se inserta en 45 hectáreas de bosque mediterráneo y miradores desde los que se lee la evolución del paisaje insular: posesiones, áreas turísticas y mosaicos agrícolas conviven a la vista, lo que hace del lugar un aula abierta de historia y territorio.

¿Cómo ha ayudado el Impuesto de Turismo Sostenible (ITS) a dar el salto?

Ha sido decisivo para “cambiar de liga”. Gracias al ITS hemos levantado un nuevo edificio que será sede del futuro museo del parque: un equipamiento concebido para conservar, estudiar y exponer con criterios profesionales una gran cantidad de materiales arqueológicos —muchos llevan décadas almacenados sin poder mostrarse— y para atender públicos diversos con programación estable. Esa inversión (del orden de 1,7 millones de euros) permite crear una institución con capacidad real de custodia y de difusión, y articular redes con otros centros del territorio.

¿En qué punto está el museo y cómo se organiza el equipo?

El edificio está construido y trabajamos para cumplir la normativa y abrir como museo. Tenemos un área de gerencia y tres áreas técnicas: arqueología (investigación y gestión preventiva), restauración de materiales —donde se preparan y reconstruyen piezas para la futura exposición permanente— y documentación/plan director que fija cómo funcionará todo. La cuarta pata es la que coordino: divulgación y públicos. El año pasado pasaron por aquí unos 4.000 escolares de toda Mallorca, que participaron en actividades educativas diseñadas para aprender pasándolo bien. A esto se suman programas para familias y público general; el producto turístico llegará cuando la exposición permanente esté madura, porque el mercado exige propuestas acabadas. Hoy el núcleo lo formamos cuatro personas y un grupo de jóvenes profesionales en formación a través de proyectos con el ayuntamiento.

Educación: ¿por qué es tan estratégica para la conservación?

Porque nadie protege lo que no conoce. Nuestro objetivo es crear una cultura de respeto, explicar por qué el patrimonio es de todos y por qué cuidarlo importa. Vemos avances —más sensibilidad, más gente que pregunta y se implica— aunque aún convivimos con comportamientos poco adecuados. La línea es clara: conocimiento primero, respeto después; funciona con el patrimonio arqueológico, pero también con el natural y el paisajístico.

¿Qué nos enseña la arqueología sobre sostenibilidad?

Que convivir con el medio es una relación de ida y vuelta. En la Prehistoria se transformó el paisaje —deforestación para pastos y cultivos—, pero había un conocimiento del entorno: se cuidaba porque de él dependía la subsistencia. Ese aprendizaje vale hoy: prácticas tradicionales como el carboneo, el pastoreo y el uso doméstico de leña mantenían el bosque limpio; su abandono explica, en parte, la acumulación de combustible y el riesgo de incendios. No se trata de idealizar el pasado, sino de recuperar formas de gestión que demostraron ser sostenibles y adaptarlas al presente.

Después de veinte años, ¿qué le sigue moviendo?

El momento en que a alguien —un niño, una familia— “le hace clic” la cabeza. Cuando comprenden que quienes vivieron aquí hace milenios no eran “menos” que nosotros, sino diferentes y tremendamente competentes. Encender fuego con técnicas tradicionales exige conocer maderas, hongos yesca y ritmos del bosque; fabricar un hacha de bronce implica redes de intercambio que conectan Mallorca con el Mediterráneo y el Atlántico. Ver esa inteligencia técnica y social derriba prejuicios. Y, de paso, nos enseña algo para hoy: valorar al otro en su complejidad, ya sea el visitante que llega o el vecino que migra para trabajar. Si consigo que alguien salga con esa mirada más amplia, mi día está hecho.


¿Quieres saber qué es el ITS?

Trabajamos por unas Islas Baleares que sean Sostenibles.

ACCEDE