La sargantana balear es uno de los grandes símbolos de la biodiversidad de las Pitiusas, pero su supervivencia pende ahora de un hilo. Desde 2002, la llegada de serpientes invasoras ha reducido drásticamente sus poblaciones. Hablamos con Joan Carles Palerm, presidente del GEN-GOB Eivissa, sobre esta crisis ambiental y el papel de proyectos financiados con el Impuesto de Turismo Sostenible en la lucha por salvarla.
¿Qué representa la sargantana para Ibiza y Baleares?
La lagartija es un símbolo de la isla que va más allá. La gente siempre ha vivido con ella cerca: era imposible salir al campo o pasear por la ciudad sin verla, porque estaba presente en todos los hábitats. Esa cercanía se refleja en relatos, dibujos, objetos de decoración o recuerdos que se llevan los turistas. Pero a nivel de biodiversidad es aún más importante: es el único vertebrado terrestre realmente autóctono, ya estaba aquí antes de la llegada del ser humano. Es, además, una especie que ha sabido adaptarse a todos los cambios, ocupando un papel ecológico insólito. Nuestra lagartija poliniza flores, se alimenta de frutos y dispersa semillas. De hecho, hay plantas que no podrían reproducirse sin ella, por lo que si la lagartija desaparece, algunas especies vegetales también lo harán.
¿Cuál es la situación actual?
Hasta principios de los años 2000 la situación era excelente. Todo cambió cuando, alrededor de 2002 o 2003, se introdujeron serpientes con olivos traídos de la península para jardinería. Llegaron tres especies, pero sobre todo una, la culebra de herradura, es la que está provocando una auténtica catástrofe. Hoy ocupa el 90% de la isla y en ese territorio ha provocado la desaparición total de la lagartija en zonas rústicas. Esto ocurre ya en más del 60% del territorio: cuando sales al campo ya no ves ni una. Solo quedan pequeños reductos en algunas áreas urbanas y una pequeña franja de la isla donde todavía conviven ambas especies, pero todo indica que la lagartija acabará desapareciendo allí también, porque las serpientes la tienen como fuente principal de alimento. La situación es tremendamente grave.
¿Y cómo era antes de esa invasión?
Antes de la llegada de las serpientes la lagartija era omnipresente. Era imposible salir al campo o a la playa y no ver decenas de ejemplares. Su densidad era altísima, había miles por kilómetro cuadrado. Incluso te acompañaban mientras merendabas en el campo o la playa e intentaban robarte el bocadillo. Hoy, todo eso ha desaparecido. Donde llega la serpiente, la lagartija no tiene escapatoria: nunca ha tenido un enemigo natural en la isla, no ha desarrollado mecanismos de defensa ni de huida, y es extremadamente fácil de cazar. Durante unos años pudieron convivir, pero la situación actual es que en poco tiempo la lagartija acabará desapareciendo.
¿Hablamos de un riesgo de extinción real?
Sí, absolutamente. En el 60 o 70% del territorio de Ibiza ya no hay lagartijas. Podrían quedar poblaciones en entornos urbanos, donde la densidad de serpientes es algo menor, pero incluso en lugares como Jesús, Eivissa ciudad o Santa Eulària ya se ven serpientes, lo que indica que la invasión es muy fuerte y no hay enemigos naturales que la frenen. En Formentera la estrategia es distinta: allí sí se está intentando arrinconar a la serpiente para que la lagartija recupere terreno. Pero en Ibiza el escenario es muy complicado.
¿Por qué es tan difícil controlar a estas especies invasoras?
Porque llegan por culpa de controles que no son efectivos. El libre mercado y la entrada de mercancías a través de los puertos se hace con una regulación muy débil. Nadie comprueba qué viene en una caja de plátanos de Costa Rica o en un olivo traído de la península. Y cuando un animal llega a un ecosistema nuevo sin depredadores naturales, es muy fácil que se expanda. A veces ocurre lo contrario: hay especies invasoras que no consiguen adaptarse y desaparecen solas, pero aproximadamente un 10% logra establecerse y convertirse en plaga. Pasó en Ibiza en los años 70 con la procesionaria del pino, y de nuevo en los 2000 con su llegada a Formentera. Con las serpientes ha ocurrido lo mismo.
¿Qué papel han tenido los proyectos financiados con el Impuesto de Turismo Sostenible?
Han sido esenciales. Tanto el intento de control en Ibiza como el de recuperación en Formentera no serían posibles sin la tasa turística. La inmensa mayoría del presupuesto proviene de ahí, porque con las aportaciones ordinarias de las administraciones sería imposible sostener estos programas. En Ibiza, aún así, los resultados no son suficientes: la especie sigue desapareciendo a gran velocidad. Es muy dramático ver cómo se nos va del territorio sin poder detenerlo. Hace falta más financiación y sobre todo un plan de actuación claro y coordinado que diga exactamente qué hacer y cómo podemos colaborar.
¿La sensibilización ciudadana también juega un papel importante?
Sí, desde el primer momento. La gente se ha implicado muchísimo. Existen plataformas ciudadanas que apoyan al COFIB, reparten trampas, organizan formaciones. Además de las trampas oficiales —miles— financiadas con el ITS, hay al menos tres o cuatro veces más instaladas por particulares. La sociedad civil está trabajando intensamente para intentar salvar a la lagartija, y eso ha sido fundamental.
¿Cómo imagina el futuro de la sargantana en Ibiza?
Me gustaría pensar que seremos capaces de mantener una población mínima viable y que en 20 años volvamos a ver lagartijas en el campo. Pero soy cada vez más pesimista. Puede que logremos salvar a la especie en sí, pero no a todas las subespecies y variedades de los islotes. La culebra de herradura nada y ya ha llegado a algunos islotes de Mallorca e Ibiza. Si sigue colonizando más, acabará con subespecies endémicas que no podremos recuperar jamás. Hemos llegado tarde o estamos llegando tarde, y la situación puede ser aún peor de lo que tenemos ahora.
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