Sa Dragonera: el tesoro natural del Mediterráneo

Medio Ambiente

Una isla símbolo de resistencia ciudadana y santuario de biodiversidad

Frente a la costa suroeste de Mallorca, sa Dragonera se ha convertido en un emblema de conservación. Con forma de dragón dormido, esta isla alberga especies únicas, paisajes intactos y una historia marcada por la defensa del territorio. Desde su ocupación en los 70 hasta su declaración como parque natural, sa Dragonera representa un modelo de gestión respetuosa y sostenible.

Desde el mar, sa Dragonera, con una silueta alargada y escarpada, recuerda a un dragón tumbado sobre las aguas del suroeste mallorquín. Pero detrás de su forma legendaria, esta pequeña isla de apenas 3,2 km² esconde una historia épica, marcada por una ocupación juvenil, un proyecto urbanístico fallido y una victoria ciudadana que cambiaría para siempre la conciencia ambiental en Baleares.


En 1977, en pleno auge del turismo de masas, un grupo promotor planea transformar sa Dragonera en un complejo turístico con hoteles de lujo, puerto deportivo y urbanizaciones. Un paraíso de biodiversidad, a punto de convertirse en hormigón y asfalto. La respuesta no se hace esperar. Un grupo de jóvenes, ecologistas y vecinos de Mallorca ocupan la isla. Llegan en barcas y se instalan en las ruinas del faro de Llebeig. Allí plantan cara con pancartas, cocinas improvisadas y una determinación que marcaría un antes y un después en la defensa del territorio.


La ocupación apenas dura unos días, pero el mensaje cala hondo. Años más tarde, en 1987, el Consell de Mallorca adquiere la isla, y en 1995 sa Dragonera es declarada Parque Natural. Desde entonces, se ha convertido en uno de los espacios protegidos más valiosos del Mediterráneo occidental. Un refugio de biodiversidad, donde la naturaleza dicta el ritmo.


Explorar sa Dragonera es como entrar en un mundo sin ruido, sin prisas y sin cemento. La isla permanece prácticamente intacta, sin carreteras, sin edificios modernos, sin coches. Sus acantilados, cuevas y senderos albergan una subespecie única de lagartija balear (Podarcis lilfordi gigliolii), imposible de encontrar en ningún otro lugar del mundo. En sus cielos anidan aves amenazadas como la pardela balear o el halcón de Eleonora. Y en sus aguas se extienden praderas de posidonia oceánica, un ecosistema submarino esencial que fija CO₂, genera oxígeno y protege las playas de la erosión. Preservarla no es solo una cuestión estética o cultural: es vital para la salud del Mediterráneo.


Pero sa Dragonera también guarda memoria humana. Sus faros, como el de na Pòpia, vigilan el horizonte desde hace siglos. Antiguas caleras, aljibes y ruinas de pequeñas casas salpican el paisaje. En otro tiempo fue refugio de contrabandistas y pastores, de historias de mar y resistencia. Hoy, cuatro rutas de senderismo permiten recorrerla a pie: desde el embarcadero de cala Lledó, los caminos llevan a los faros de Tramuntana y Llebeig o al impresionante mirador de na Pòpia, a 360 metros sobre el mar.


No hay bares, ni tiendas, ni aglomeraciones. Solo naturaleza, silencio, viento y lagartijas. Es una isla para observar, no para consumir. Desde Sant Elm se llega en barca, en un trayecto breve pero intenso. El número de visitantes está regulado y las normas son claras: no salirse de los caminos, no fumar, no extraer flora ni fauna, no dejar residuos. La isla invita a la contemplación y al respeto, lo que la convierte también en una herramienta pedagógica única.


El parque se gestiona activamente con programas educativos, ciencia ciudadana y actividades con escolares. Cada año, cientos de niños mallorquines aprenden a leer el paisaje, a entender el viento, a distinguir un ave marina. La educación ambiental es parte esencial de su misión. Como lo fue también la expresión artística: uno de los ocupantes del 77 fue Miquel Barceló, quien dejó huella en la isla y sigue vinculado a su defensa.


Gracias a su figura de Parque Natural, sa Dragonera ha recuperado especies, frenado amenazas y fortalecido su papel como símbolo de sostenibilidad. Es una de las pocas islas mediterráneas donde la naturaleza es la que manda y es el turismo el que debe adaptarse a ella.


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