Posidonia, el gran bosque invisible que protege el litoral balear

Medio Ambiente

La posidonia sostiene el oxígeno, la pesca, las playas y la biodiversidad en Baleares.

Marcial Bardolet dirige el Servicio de Vigilancia de la Posidonia del Govern balear. Geógrafo de formación y con más de dos décadas dedicadas a la conservación marina, ha impulsado proyectos clave como el Atlas Posidonia. En esta entrevista, analiza el estado de las praderas submarinas, el impacto del turismo y del cambio climático, y los desafíos que afronta la protección del litoral.

¿Cómo comenzaste a implicarte profesionalmente en la conservación de la posidonia?


Llevo más de 20 años trabajando en la administración pública, primero con el proyecto Atlas Posidonia, que fue pionero en el Mediterráneo en cartografiar estas praderas marinas. Luego empecé a implicarme en los campos de boyas ecológicas, para evitar que las embarcaciones fondeen sobre la posidonia en zonas con mucha presión náutica. Con el tiempo, contribuí a crear el Servicio de Vigilancia de la Posidonia, que nació en Formentera en 2012-2013 y se ha extendido a todas las islas. Mi implicación es profesional, pero también personal: siento una conexión especial con el mar. Cuando buceo entre la posidonia, me siento como en casa.


¿Cómo funciona exactamente el servicio de vigilancia?


El servicio no son solo las 19 embarcaciones que vigilan los fondeos cada día. Es un sistema más amplio que incluye una central de información a la que se puede llamar para consultar si es posible fondear en una zona o denunciar fondeos sobre posidonia. También coordinamos operativos con Guardia Civil y agentes de medio ambiente, que son quienes pueden sancionar. Nuestro enfoque es preventivo: informamos, ayudamos a fondear bien y hacemos sensibilización en el mar. Además, con el ITS y la AETIB desarrollamos el Atlas Posidonia, que permite localizar con precisión las praderas. Gracias a esta cartografía se han creado aplicaciones muy útiles, especialmente para las grandes esloras, que han reducido notablemente su impacto.


Todavía hay quien cree que la posidonia es un alga. ¿Por qué es tan especial y qué papel cumple?


La posidonia no es un alga, sino una planta que, como los delfines, fue terrestre y volvió al mar. Son praderas marinas —"seagrass" en términos internacionales— que por su extensión y biodiversidad llamamos bosques o junglas submarinas. En Baleares ocupa unos 650 km², casi tanto como los pinares, y forma ecosistemas sumergidos en lugares como Alcúdia, Pollença o Palma, invisibles pero fundamentales. Sus beneficios son múltiples. Produce oxígeno, esencial para la vida marina y también para nosotros. Alberga cientos de especies, lo que repercute incluso en la pesca local. Mejora la calidad del agua actuando como filtro natural. Y genera arena: cerca del 80 % de la que vemos en Es Trenc proviene de su microfauna. Además, protege la costa frente a la erosión y captura grandes cantidades de carbono. Forma arrecifes calcáreos que funcionan como una potente infraestructura natural frente al cambio climático: absorbe hasta 15 veces más CO₂ que un bosque tropical.


¿Cómo le afecta el cambio climático y por qué es tan preocupante en este contexto?


El Mediterráneo es un mar cerrado, con poca renovación de aguas. Por eso se está calentando más rápido que los océanos, y esto preocupa mucho a la comunidad científica. La posidonia comienza a estresarse a partir de los 28 o 29 grados, y a los 31 grados ya no germina. En ese escenario, no solo perderíamos biodiversidad, sino también protección costera. Sin posidonia, desaparece la arena, retrocede la costa y se pierde uno de los principales atractivos turísticos de Baleares. Además, sus arrecifes naturales amortiguan la fuerza de las tormentas y reducen la energía de las olas. Así que la posidonia no solo sufre el cambio climático: es una de nuestras mejores herramientas para mitigarlo.


¿Tiene consecuencias también para la economía y el turismo?


Sí, y muy directas. En lugares donde se ha perdido, como Bodrum (Turquía) o Tarragona, el agua se ha vuelto turbia, la pesca ha disminuido y la erosión costera ha empeorado. En Cala Millor, por ejemplo, estamos desarrollando un proyecto llamado Life Adapt Cala Millor junto con los hoteleros de la zona. Ellos mismos están preocupados porque ven cómo desaparece la arena. Calcularon el coste de reponerla, y es altísimo. Por eso decimos que la posidonia forma parte del sistema dunar. Su desaparición afectaría a miles de puestos de trabajo y al propio modelo turístico.


¿Cuál es el estado actual de las praderas en Baleares?


Afortunadamente, en Baleares el estado es relativamente bueno. No tenemos grandes infraestructuras industriales ni presiones tan fuertes como en otras zonas del Mediterráneo. El impacto principal viene de las anclas y algunos emisarios. Aun así, gracias al decreto de protección, al esfuerzo del servicio de vigilancia, al trabajo de la sociedad civil y a la concienciación general de la ciudadanía, estamos consiguiendo resultados. De hecho, creo que Baleares está siendo un referente en conservación marina dentro del Mediterráneo.


¿Qué zonas están más amenazadas o requieren especial atención?


Hay puntos críticos. Las llamadas bahías someras, como Portocolom, son zonas cerradas con una alta sensibilidad ecológica. En Ibiza, Talamanca y Port Roig tienen una presión náutica enorme, y aún falta establecer campos de boyas. Y en la Bahía de Palma, frente a la catedral, el impacto de los emisarios y las grandes embarcaciones, incluidos portaaviones y cruceros, es muy alto. Esa zona necesita medidas urgentes de regeneración.


¿Qué medidas han demostrado ser más eficaces hasta ahora?


Tres elementos han sido clave. Primero, la cartografía y las herramientas digitales desarrolladas con fondos del ITS y otras fuentes como Next Generation. Han sido esenciales para mejorar las prácticas de fondeo, sobre todo en las grandes esloras. Segundo, el decreto de protección de la posidonia, que es el más avanzado del Mediterráneo. Y tercero, la implicación de la sociedad civil: desde centros educativos hasta clubs de buceo. Tenemos, por ejemplo, el Aula del Mar en el Portitxol, un centro educativo sobre posidonia. También hemos creado Xarxa Posidonia, una red de centros de buceo voluntarios que realizan un seguimiento del estado de las praderas. Todo esto forma parte de un operativo muy amplio y potente.


¿Qué queda por hacer?


Mucho. Hay que reducir los vertidos al mar, mejorar la gestión de emisarios, seguir instalando campos de boyas en zonas sensibles y, sobre todo, consolidar una estructura estable de coordinación entre administraciones. Necesitamos una vigilancia litoral marina bien organizada, y eso requiere voluntad política y recursos. Además, muchas embarcaciones que fondean aquí vienen de otros países como Francia o Croacia. Por eso es importante armonizar la legislación a nivel mediterráneo, para que toda la posidonia se proteja igual, no solo la de Baleares.


Has participado en redes internacionales sobre conservación marina. ¿Qué papel juegan?


Es fundamental. En 2019, junto con un colega de la Oficina Francesa de Biodiversidad, fundamos la Mediterranean Posidonia Network. Empezamos siendo dos personas en una reunión en Atenas, y hoy somos 250 miembros de 15 países. Compartimos experiencias entre técnicos, científicos, instituciones y empresas. Hace poco estuvimos en Túnez, que tiene el 40 % de la posidonia del Mediterráneo, trabajando con países como Libia, Argelia o Egipto. Se ha creado una red muy potente que nos permite aprender unos de otros, pero también mostrar lo que estamos haciendo en Baleares, que es mucho y en muchos aspectos, pionero.


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